Escribo este texto entre lágrimas y ganas de aferrarme a la esperanza que se encuentra oculta en mis memorias. Hace unas semanas decidí enunciarme feminista bisexual. La primera ya lo había hecho, pero la segunda resultó una sorpresa para la gente que me rodea. En mi ingenuidad creí que mi enunciación no tendría severas repercusiones, pero identificarte bajo la trinchera de la bisexualidad suele ser un estigma para muchos de los espacios que habito desde un territorio corporal y geográfico cruzado por múltiples discursos.
Primero, la familia; el llanto, la cara de decepción, la angustia en sus ojos al ver que su hija favorita, la más estudiosa, la más correcta y seria se torció y se hizo mitad “perversa” mitad “perversa normalita”. El uso de la culpa entre mis progenitores para volcar la plática y mencionar que la culpa es de ellos por educarme mal, por ser tan open mind y permitirme leer otras cosas fuera de la santa biblia, por acceder a que yo leyera cosas tan confusas como los feminismos.
Mamá, papá, yo amo a las personas; no me imagino limitarme con lo primero que se le presentan a mis ojos si mi corazón y deseo me llevan hacia los cuerpos que emanan luz. Estoy muy agotada. Tía Lucha, déjame descansar en tu regazo y llorar que tengo un nudo atrapado en mi pecho que no se quita por más que le pasan las olas del mar que habitan mi ser. Estoy cansada de tratar de alcanzar ideales absurdos que me dejan abatida. Traté de ser la más feminista, perdón amigas radicales, soy bisexual. Mi radicalidad me pertenece, no estoy en un club, yo incomodo y resisto sólo con existir, de ahí mi radicalidad. Mis ancestras me susurran que siga cortando las espinas, que elimine cualquier intento por acallar mi voz, que me aleje de los atrapa sueños que frenan mi vuelo de mariposa curiosa.
Estoy cansada, mamá Lucha, muchas son las voces las que me condenan. Me dicen que sólo hay un camino de organización con las mujeres. Yo sé que no, pero mi voz es muy tibia y chiquita, me falta la fuerza para aferrarme a la profundidad de la tierra y no permitir que otras hablen por mí. ¿Qué es este dolor en mi pecho?, creo que se llama duelo, mi espíritu me dice que debo soltar a las mujeres que un día admiré. Mis primeros enamoramientos de mujer.
Mi afán por llamar su atención a las voces lucidas de mi generación. Lo siento, esta vez pienso volcar ese amor y admiración hacia mí y los cuerpos que me sostienen sin hacerme sentir vergüenza por existir. Que me cuestionan, pero también me abrazan, susurrándome: yo creo en tu producción individual de “lo personal es político”, mana chula, YO SÍ TE CREO.
Y no me malinterpretes, querida amiga, y creas que estoy infectada por toda por esa enfermedad capitalista llamada individualismo voraz que no mira más que su propia necesidad y sed de ganar-ganar, psicologizando los sentires; mi voz se entreteje con la vida de otras mujeres disidentes y rebeldes que, como yo, están cansadas que les dicten cómo “deben de ser”. No se me acomodan los dogmatismos, pero le apuesto a la sanación en colectivo, a la organización lúcida rebelde que se ensucia las manos y pone el cuerpo para resistir y transformar tanta mierda patriarcal que nos hunde.
Es curioso cómo al ir finalizando estas líneas me siento más a gusto en mi pellejo. Mi quijada se relaja y mis ojos descansan del fluir de lágrimas. Yo soy una bruja, me reinvento y transformo, soy fuerza cíclica, no me estoy quieta, tejo puentes y desconecto, transmuto en una criatura, hermosa, nocturna, que por fin se miró al espejo y se dio cuenta que ella es, efectivamente, la bestia sombra de la que tanto me hablaba la nana Anzaldúa.
**Escrito por Alejandra Montalvo **Ilustrado por Titi Gutierrez ( Titihoon )
https://feminopraxis.com/2020/07/29/la-bestia-sombra-de-la-bisexualidad/
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